Hace unas semanas, mientras caminaba en la calle, escuché una melodía que me arrancó del presente y me llevó de un salto a los ochenta. Me vi de 6 o 7 años, frente a la pantalla del único televisor que teníamos en casa, pasaban el video de una canción cuya letra repetía una y otra vez: “Como tú, como tú, como tú”. Una particular nostalgia me invadía.
Las imágenes muestran a una niña y su papá caminando juntos. Sonrisas fugaces en el instante del encuentro y el resto del paseo en medio de la tristeza. Recuerdo que al principio pensaba que la mamá de la niña había muerto; sin embargo, la última estrofa de la canción explicaba el significado de la canción:
Se está ya haciendo tarde, te llevaré
Los fines de semana se van sin pensar
El viernes, como siempre aquí
Te esperaré.
En ese momento de mi infancia, mi mamá y mi papá no vivían juntos. La niña del video parecía tener mi edad y yo imaginaba ser ella. Quería que mi mi papá pasara por mí cada viernes o que extrañara tanto a mi mamá como lo hacía el intérprete de la canción.
Hoy, tres décadas después, vuelvo a escuchar el tema y ya no es el final sino el principio de la letra que resuena en mi interior:
“Dijeron que te parecías a mí
Tu cuerpo con el tiempo no pudo fingir
El fiel retrato de tu madre
En ti descubrí”
Quizás la niña que fui, la que en ese momento de su infancia ya sabía que era adoptada, quería en lo profundo de sí misma, que la gente diga que se parecía a su papá y ser el fiel retrato de su mamá.
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